UN RELATO DE WILFREDO ARRIOLA

 




400 likes

Wilfredo Arriola,

Su halago más sincero siempre fue: No me interesas. No era por impostura ni por el mal mencionado ataque de clasismo, él cree que es verdad decir lo que se piensa con la desnudes de las cosas impredecibles. Salió con Leonor, a contra pronóstico de su noble cometido. Esa tarde estuvo cargada de miradas de las que había que sacar un cursillo para interpretarlas. Nunca eran puntuales, a veces tímidas, otras certeras, otras volátiles, tal cual la vida cuando se decide encontrarse con alguien a quien uno no conoce en persona.

 

Un café de plaza los recibió, dos sillas, un parco centro de mesa con la oferta del momento, el clima húmedo del verano, a suma de su postura inusual de sentarse al estilo europeo. Reacomodarse la camisa a cuadros por tercera vez, estaba siendo su deporte y las expectativas girando en la ruleta para ganar el botín que dejan los primeros encuentros. Pensaba en qué pedir, para parecer más interesante, si ser leal a sus hábitos o dar una imagen de dandi refinado. Después de varios días de chat y de confabular entre lo que les gusta y lo que les disgusta, de sus banales temas, de hablar sobre Milán Kundera, de Sylvia Plath, de Sharon Stone y su última película, del clima como comodín en noches de capricho. Eso dio pie a que se creara el inevitable puente con el cemento de las proyecciones a las que uno invita. Cuando no se tiene en quién creer, el alma necesita crear un dios para orarle en soledad. Quizá era su caso, no sabían cómo caminaban, cómo se reían y si aún a pesar de las complexiones de su rostro seguirían considerándose bien parecidos, ni siquiera intuían la falsa confianza que se decían así mismos que se tenían, ni a qué hora detestarían estar en  compañía o en el excelso de los casos (que no se esperaba) era que, el tiempo volase el ritmo de las 4 de la tarde y de pronto la noche se presentara sola para irrumpir entre risas y horarios. Develar un hallazgo. No sabían nada de sí mismos que no fuera lo que dice la pantalla de un celular, si aquella foto de 400 likes llegara al más importante; al de ellos, que se vuelve a otorgar en vivo.

 

La confianza de las redes sociales nace de la impersonalidad de una repetitiva conversación que nada tiene que ver con la naturalidad de un encuentro. Se vieron, se miramos, se saludaron de mejilla, besaron el aire para conocer la frontera de sus olores, para saber si era una buena premonición la fragancia a la que aspiraban hacer dependientes.

La primera conversación estalló con él.

—Te ves genial, al ver a mi alrededor te busqué en el paisaje, pero no pude encontrarte, porque vos eras el paisaje. Ella sonrió para dejar afuera un poco de diplomacia y adentro el infierno de las cosas no dichas, las que duelen más.

—Gracias. ¿Tenés mucho de esperar?

—No, recién llego. Necesitaba hacer algo por acá, unos pendientes y pagar facturas, ya sabés, cosas de uso común. Contáme más, la conversación de ayer por la noche quedó en suspenso, después de las dos horas me quedé imaginando el final de lo que me contabas, pero el sueño te atacó, sin embargo, luces radiante como si el desvelo supiese dormir cuando le hablás vos. Giro su cabeza, miro su reloj y entendió que el puente que la sostenía parecía ser, no el más estable o peor aún, predecía incomodidad, más de la que ya tenía en tan pocos minutos. — Si, la verdad, cuando sentí ya era muy noche, casi de madrugada y no pude responder como quisiera. Hoy por la mañana, entre tanto por hacer solo pude acusar nuestra cita. Lo siento.

—Quédate tranquila, no pasa nada. Que es la bandera de los que les pasa todo. Un país cabe dentro de esa afirmación. Era la segunda vez que ella se cruzaba de piernas, decidió llevar zapatos cerrados porque había olvidado hacerse los pies y hay impresiones que duran para siempre. Un vestido floral entre tonos amarillos y cafés, unos zapatos topolinos, una piel con cuatro días sin depilación. Su pelo, al viento y fugaz de colas y cualquier amarre, en sus ojos cabía la verdad. Su alma, en cualquier otra parte que no fuera esa. Un minuto le basto a Leonor, darse cuenta que sus proyecciones de chat y esperanzas pretendían ganar el premio al mayor fracaso de los últimos años.

 

Un discurso interno y de público sus diferentes personalidades estaban haciendo escenario en la mente de Leo. No prestaba atención a las diferentes tonalidades de la voz de aquel tipo que fue su salvación en la tendida tristeza del último semestre y que en ese momento se postulaba hacer la vergüenza que contaría el resto de su vida. Revisó con disimulo la ventanilla de noticias en su celular y las que siempre esperó cada tarde, estaban en vivo frente a ella ¿Qué pasaba? ¿No era esto lo esperado? O había logrado identificar que las relaciones a distancia no son otra cosa más que un ejercicio narcisista de amor. Que se termina cuando uno decide dar un paso más, pero ese paso más es en falso. Su voz, no era la que ella inventó, sus manos no la sabían tocar como lo hacía con sus palabras, su mirada en vez de ser hipnotizadora resultaba amenazante. Había un abismo entre el que inventó al que estaba frente a ella. Sus gestos de aceptación desde hace un momento dejaron de hacer de educación y han sobrepasado la estrecha línea del desinterés. Se calló. Hubo un silencio entre los dos, como el que ocurre después del de las noticias devastadoras. Un fallecido, un terremoto, la noticia de la partida de alguien, perder el partido tan esperado. Se callaron. Esa mesa que los separaba tenía las dimensiones del río Nilo. No pasaron más de cuarenta minutos y entonces el derrumbe. Dijo él: —Creo que me tengo que ir, ha sido bonito compartir contigo este momento, pronto anochecerá y lo mejor es que vaya buscando la salida. No quiero encontrar mucho tráfico al regresar.

 

—Como quieras, dijo ella, mitad temblorosa, mitad aliviada. También me ha gustado, ha sido agradable conocerte. Seguiremos conversando…miro al lado, como se mira al saber que uno dice una falsedad. 

Sonrieron sin mostrar sus dientes y el primer paso dice que todo fue un espejismo del que ambos fueron sido estafados. Partir a cualquier lugar es una buena elección cuando se huye de una vergüenza.

Después de esa básica separación, cada uno hizo una tesis de lo ocurrido. El celular no tenía mensajes que responder ni los tendrán. Los protagonistas de aquellas conversaciones hoy eran impostores a su realidad que se alejaban por distintos caminos. La hora intimida en su lento avance y ese vacío tan profundo dejado en lo puntual del desgano se acomoda, como una felicidad se cura de emoción. Quien sepa leer una mirada en cualquiera de los dos, podrá leer las indicaciones del veneno. Una mezcla de rabia, agonía y de pronto una extraña libertad, la que da una derrota. La de volver a empezar. Aquella tarde no hubo beso de despedida.

 

                                                            

WILFREDO ARRIOLA

 (San Salvador, 1988). Poeta. Su obra ha sido publicada en Suplemento 3000 del Diario Co Latino. Participó en el Festival Internacional de Poesía San Salvador, El Salvador, en 2010 y 2011. Ha publicado el poemario Sueño inverso (Ediciones La Fragua). Es parte de la antología salvadoreña de poetas jóvenes Invisibles por editorial Pirata Cartonera. Ha publicado en revistas literarias en México, Argentina, Honduras y República Dominicana.

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