Un cuento de Evenor Saavedra
Sartén. Evenor Saavedra. evenorsaavedra@gmail.com Después de un mes ya no existía la incertidumbre de existir. Todavía no teníamos respuestas, pero habíamos dejado de formular las preguntas. Todo era un eterno ir y venir, recorrer las hileras y volver al semáforo, saludar amablemente y maldecir entre dientes. ¡Si de tu tata es el carro, hija de la grandísima puta! Buenas don, ¿le pegamos un sticker? El humo de los autos ennegrecía nuestro espíritu curioso; el sol secaba nuestras ideas. – Y ¿de qué te sirve la filosofía? ¡El cliente siempre tiene la razón! –Sí, jefe. Todos los días lo mismo; abordar el autobús, repleto hasta las puertas. El directo, el directo; va vacío, va vacío. Soportar el tráfico con paciencia, hasta explotar en maldiciones a los carros, a las calles angostas, al maitro que se topaba más de la cuenta, a la señorita que bien podía otro poquito, al cobrador, al motorista, a los Poma, al señor de las alturas, a la madre que nos parió, y a todo lo