POESIA DE BORIS EDUARDO FLORES




 Hábitat

Eso que se ve, que se ve andando por ahí, son los rostros de las masacres que se levantan entre las nubes sobre tierras de sangre y muerte, abismos invertidos de maldad en medio del azul bandera y como símbolos patrios el odio en un suspiro y el grito que se ahoga en la mentira y la miseria.


Blanco

Hace un año, en un lugar secreto del Barrio San Miguelito, las penumbras de la madrugada escupían manchas negras entre líneas blancas. Susurraba Espineta con la historia de un durazno sangrando y las inhalaciones de los escombros de un terremoto lunar cubrían de oxigeno mi corazón que latía y movía sus ojos hacia la anchura del iris. Una figura de vacío, oscura y con un sombrero que se sostenía en la nada, apretó mi mano, me llevó al fondo de un lago. Esto que escribo es lo último que recuerdo, desde ese momento mi cerebro quedo congelado en papel higiénico mojado. 



Flores

Y las flores un día gritaran: ya no sigas usándonos, lávate las manos con sangre de otra vida, de otra canción.


Yo les responderé: veo atardeceres afilados en las calles de esta ciudad, donde pétalos marchitos toman cerveza caliente y en el eterno esperar de la paz del mundo salta la espuma de un vientre que me llama y que como sombra duerme en los huesecillos de mis oídos. Todas las noches de lluvia me dice: yo quiero esas flores.


Esa es tu razón, esa es tu maldad y con tu figura ahora coges nuestro infinito olor, nosotras que solo queríamos abrazar la madera de las conciencias, pero la desdicha de tus manos cortan la conexión con la vida. Gritaban las flores que morían sin tierra.


Trate de animarlas: Les juro que primero llego la sed y en cuestión de segundos ya estaba soplando las alcantarillas de los deseos. Este movimiento que siento es una palma frágil y la fiesta oscura a la que nos dirigimos, terminará, algún día terminará.


Monstruo


La vista del monstruo vence la paz de la tarde

se abre camino entre el arroz

y gana terreno donde el suicidio no es voluntario.


El monstruo lo devora todo:

la carne suelta de andar

los hilos lisiados sobre alfombras de marfil

y el cabello de doncellas enfermas.


Levanta su nariz de fuego

y acechante da golpes al azar

regocijándose de juntar candados

cuando corre en las calles de la capital.


Duerme sobre el mar

soñando con casas ajenas

y transa con las almas perdidas

que captura entre las olas del olvido.


Ya vivió bastante

quejándose distante

en el odio urbano matutino.


Es por eso que idealiza la ciudad

y centraliza el poder

es por eso que descubre

y cubre las cenizas del comal

es por eso que usa el escudo imperial.


Ahora, el monstruo se niega así mismo

impune de la sonrisa fiel

desea, camina,

explota, violenta

y sacude el destino.  



Dr. Boris Eduardo  Flores

Médico , Gestor Cultural y Narrador





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