POESIA DE WILFREDO ARRIOLA

 




Y entonces, el vacío

I

Estás en la casa y te saluda el ruido del refrigerador.

Ordenas los vasos sin lavar

recuerdas que todavía hay ropa sucia

de días que pasaron, que pasarán.

Miras libros pendientes de leer

aunque siempre vuelves a los mismos de siempre

que te explican lo ya explicado.

Buscas el cargador, aunque sabes que poco importa

que esté llena la carga…

Te quitas con desgano los zapatos

con la punta del uno al otro

los abandonas a mitad de camino

—quedan solitarios como vos—

Te desabotonas la camisa

y en su trayecto sucede el desgano.

Recuerdas una canción de Silvio

y en vez de cantarla lo aprendes a ultrajar.

—Es todo tan grave—

Te enteras de que es de madrugada

nadie preguntó si estás bien o peor aún,

sí asististe a la última fiesta o si tienes alcohol gel

para disfrazar la salubridad impuesta de los medios.

Te sientas

doblas los pies con fineza de bar 

y es la casa,

que administra la desesperanza.


Todo aprende a morir.

Recuerdas con quien pudiste ser en compañía

y de quien ya no está

no sabes si agradecer o padecer esa desgracia.

Vuelves a ver al lado y están las llaves gastadas de abrir el cerrojo

casi siempre a la misma hora de tiempo y de abismos.

Revisas las sillas y guardan el silencio de los que se fueron.

Tan intactas como sí se hubieran hecho

para recordar y no para recibir.

La televisión está apagada

sin recordar cuándo fue la última vez que calentó su bobina.

Parece que todo ha sido abandonado ya.

Entre un reclamo y la resignación

piensas un tuit que decides dejarlo para luego.

Ya no lo valoras igual después.

Te sirves un vaso de agua

que olvidas tomar hasta llegar a la cama

piensas en tu haraganería,

pero sabes que es tu tristeza la que te hace quedarte inmóvil

—no te puedes mentir—.


Comprendes la ironía de no tener a quien preguntarle nada.

Ni cómo estuvo el clima

ni cómo llegará a estar mañana

ni si anunciarán un nuevo dato en la pandemia.

Reúnes las respuestas

las dejas reposar

vuelves a sincerarte otra vez

con la luz azul del móvil.


Decides dejarte llevar

por el insomnio delator de la frontera de los cuarenta.

En una década te arruinas la vida o la pueblas de olvidos.

—o las dos juntas—,

siendo uno un espectador del desastre.

Es así,

fijas la alarma,

vuelves a tratar de aceptar lo ocurrido,

giras la almohada

helas el pasado

te tiras el pelo hacia atrás

y por un momento no sabes qué fecha le sigue a este día.

Y está bien no saberlo.

Es todo tan claro

tan difuso

y sobre todo revelador.

Quitas tu fecha de cumpleaños de Facebook

y te inventas una nueva excusa con tu doctor.

Recuerdas que no será posible

no sabes cuándo cambiará esa verdad.

El rumbo perdido hecho rutina.

Te sabes incierto

acomodas tu bolso,

terminas respondiendo:

«Todo bien»

a la pregunta de todos

pero con la respuesta que sólo te importa a ti.

Lo sabes

—no te puedes mentir—

Ya no importa saber mentir.














II

Coincido en el temor

en lo desierto de las promesas rotas.

Coincido en tenerme de enemigo en algunas noches de fin de mes.

Es la vida que se consume 

que alerta con la sorda voz de los días.

He querido renunciar a este ejercicio de lo absurdo

de la imperiosa queja 

al agua limpia del recuerdo que cada vez sabe diferente 

y mal.

Lo que me trae aquí 

no tiene que ver conmigo 

o sí,

por momentos y en este, no me interesa. 

El arte de disimular se empieza con astucia y termina en ridículo. 

Saberse amargo también se debe contar

Por coherencia, por universalidad. 

En sincero mi argumento

de que todo lo lejano 

se acerca cada vez más

Y no temo decir:

No hemos cambiado.  





VI

¿Adónde se empieza después de todos los tropiezos?

He cerrado la puerta con la fuerza de la inercia

vigilando los mínimos ruidos

Estoy.

He perdido por un momento la sensación del lugar que me espera

quizá porque por este momento 

no hay sitio para mí.

Donde estoy 

me soporto

me dilato.

Escribo por tener a alguien a quien culpar de mí

por jugarle al tiempo su otra cara.

No me reconozco

pero debo…

Oficio de moralidad

que de a poco a poco 

pierdo.



WILFREDO ARRIOLA 

(San Salvador, 1988). Poeta. Su obra ha sido publicada en Suplemento 3000 del Diario Co Latino. Participó en el Festival Internacional de Poesía San Salvador, El Salvador, en 2010 y 2011. Ha publicado el poemario Sueño inverso (Ediciones La Fragua). Es parte de la antología salvadoreña de poetas jóvenes Invisibles por editorial Pirata Cartonera. Ha publicado en revistas literarias en México, Argentina, Honduras y República Dominicana.




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